El maestro como agente subjetivante- Por Alicia Fernández
Y yo pensaba que quería decirles: “Quiero vivir”. Y no me salían las palabras. Entonces, comencé a pensar en
alguien que hubiese creído en mí, y así, después de tanto tiempo, me acordé de la señorita
Teresa, mi tercera maestra. ¿Quiere que le siga contando?
—Sí, me interesa. ¿Qué fue lo que se acordó?
—El modo en que me miraba, me escuchaba… Desde que empecé la escuela, los maestros le decían a mi madre que yo no iba a aprender a leer ni a escribir. Por un tiempo, dejé de ir a la escuela, “total no iba a aprender”. Al año, volví, porque tenía muchas ganas de aprender, y me tocó otra maestra y se repitió la misma historia: me volvieron a sacar de la escuela. Al año siguiente, insistí por tercera vez, y entonces me tocó la señorita Teresa.
De ella me acordé setenta años más tarde, estando en terapia intensiva, cuando quería sacar fuerzas para curarme…
—¿Y qué fue lo que se acordó de ella? —pregunté.
—Me acordé de que me miraba como diciendo: “Vos vas a poder”…
Un simple y profundo modo de mirar que no puede fraguarse. Que ninguna
capacitación técnica puede otorgar. Un modo de atender creyendo en el deseo y en las
posibilidades, considerando que la pulsión epistemofílica —tal cual el hambre orgánico—
siempre está. Sabiendo que la “desnutrición” causa más estragos que la “anorexia” y que,
aun para vencer la “anorexia” del conocimiento, hay que apelar al derecho que todo ser
humano tiene de transformar y apropiarse del “alimento-conocimiento”.